Hubo una vez un roboto que, estando seguro de lo que hacía, lo hacía bien.
—Estoy seguro.
Lo dijo lo seguro que podía estar un roboto al decir algo.
Y empezaron las obras. Y todo fue bien. Y casi todo fue bien. Y todo fue mal.
—Dijiste que todo estaba bien, que estabas seguro.
—Sí, sí, estoy seguro de que lo dije. Dije que estaba seguro de que todo saldría bien. Y estoy seguro de que, si se hubiesen hecho las cosas como yo dije, todo hubiera salido bien.
El roboto estaba seguro de que algún obrero no había seguido las instrucciones correctamente, que algún material no había tenido las características que debía tener, que alguna ley física no había sido todo lo cuidadosa que debía haber sido.
Estaba seguro. Él siempre estaba seguro. ¿Por qué? Porque estar seguro era el súper poder que le había tocado en esa vida.
Así fue como un roboto, estando seguro de estar seguro, siempre lo estaba.