Hubo una vez una Robota que miraba el cielo intentando encontrar su planeta, pero ese planeta ya la había encontrado a ella.
Se llamaba Flamígera En Los Aires 3 y ésta es su historia.
Flamígera En Los Aires 3 se pasaba el día mirando el cielo y, como es normal, fue víctima de muchos tropezones, unos más accidentes que otros.
Los demás robots se reían de ella: La habían rebautizado Torpígera Doña Golpes 3. Y a ella ni le molestaba ni le hacía gracia.
Pero no sólo tropiezos había en su vida, también dejaba hueco para otras cosas y, por eso, en un pozo se cayó.
—¿Sabéis que Torpígera Que Te Caes 3 ha dejado los cielos y se ha puesto a buscar los infiernos?
Y así hacían chanzas, y burlas, y befas, y cualquier otra actividad lúdica que les permitiese practicar su capacidad lingüística.
Mientras, Flamígera se sentaba en una silla y, con una especie de palo que ella llamaba telescopio, miraba el cielo.
Un día vendió su casa, su estación de generación de electricidad, y la fábrica de su familia donde ella había nacido. Y con ese dinero, compró todas las naves espaciales que había en el planeta que, al ser un planeta pobre, pequeño y poco poblado, esas todas eran más bien pocas.
—Ahora Torpígera se nos ha puesto viajera y en vez de casa vivirá en un cohete; y en vez de energía, comerá soles.
Mientras, Flamígera se sentaba en una silla y, con una especie de libreta que ella llamaba calculadora, hacía sus números.
—No es mal porcentaje. —se dijo.
De repente, apareció una nueva estrella en el cielo. Casi todos los robots se lo tomaron a broma hasta que un día, también de repente, empezó a correrse la voz de que era un asteroide que iba a destruir el planeta y tenían que huir. Los robots sabían cómo hacerlo.
-Torpígera, danos las naves.
Pero Torpígera no contestó por el simple motivo de que no había ninguna Torpígera.
—Torpígera, las naves.
—Creo que estáis intentando hablar con un fantasma de vuestras mentes -contestó la robota.
—O nos las das por las buenas o serán por las malas.
—Las naves son mías, yo os las compré. ¿Acaso no las vendisteis?
—No estamos para bromas.
—Mi dinero no fue una broma. ¿Lo fue?
Se abalanzaron hacia ella, pero antes de que le pusieran una mano encima, activó las defensas.
—¿Las naves? Las naves las puse todas en órbita para que nadie pensase que lo que había sido suyo, seguía siendo suyo; y que mi dinero también seguía siendo suyo. Pero si tanto queréis las naves, os las vendo. Todas.
Los robots dudaron.
—Sí, me las podéis comprar y podéis huir. Hay sitio para todas las pocas familias.
—¿Y qué quieres a cambio?
—Quiero que me vendáis el planeta. Y que no volváis.
—Ja, esa cosa del cielo va a destrozarlo.
—Sí, es posible.
—¡Estás loca! ¡Siempre lo has estado!
Flamígera les hizo firmar que todo el planeta quedaba para ella: sus pocas casas, sus pocas plantas de energía, sus pocas fábricas. Un planeta pequeño, pobre, que ahora iba a estar menos poblado.
La bola de fuego ya era casi tan grande como el propio Sol de ese sistema. Todos los robots menos una embarcaron en las naves:
—Adiós, que te aproveche tu planeta de cenizas, Torpígera Que Te Quemas 3.
Y se marcharon y la dejaron sola.
Sola. Empezó a correr por todo el planeta. Y aquí las activaba. Y allí. Sola. Siguió corriendo. Rápido. Y allí también las activaba.
La bola de fuego se iba haciendo más amenazadora, las naves ya habían desaparecido de su vista.
Sola. Corriendo. Activando. Sola. Rápido. Casi. Ya. Sí. Ya.
—Un 91%, no es mal porcentaje —se dijo exhausta.
Ese 91% de no chocar contra el planeta fue el elegido por el asteroide, y el asteroide se fue haciendo cada vez más y más pequeño. Y más y más grandes se iban haciendo las naves de los robots que volvían por lo suyo. Y lo suyo fue encontrarse con todas las defensas del planeta activadas con las que tuvieron un breve y definitivo diálogo.
Y así fue como una robota, que miraba al cielo para encontrar su planeta, lo encontró.