Hubo una vez un cuento que, de esta o de otra forma, fue contado.
Compró una vaca.
No una vaca cualquiera.
Esa vaca le iba a dar el ingrediente que le faltaba.
Era una vaca magnética con cuernos toroidales y esferas ingrávidas de satélite.
¿De verdad?
¿Y qué había de especial en una vaca así?
Eso es lo que pensarían muchos de los mejores ganaderos de la galaxia y, por suerte para él, es lo que pensó el ganadero que se la vendió.
Porque, aparte de ser una vaca bastante normal en aquella parte de la galaxia, en vez de dar la típica leche espumosa cuántica, esa vaca daba leche espumosa cuántica de antimateria.
¡Ah, ahora sí que empieza a ser especial esta vaca!
Sí.
¿Y si añado que la antimateria era… oscura?
¿Leche espumosa cuántica de antimateria oscura?
Eso es.
Por eso compró esa vaca.
Porque necesitaba esa vaca para conseguir el ingrediente que le faltaba.
El ingrediente que le faltaba para hacer los mejores y más refrescantes cafés blanco y negro de toda la galaxia.
Los mejores blanco y negro que se han podido tomar en cualquiera de los universos mecánicos que han existido.
-Yo quiero dos. -dijo la pequeña robota mientras centelleaban sus ojos verdes.
Así fue como, de esta o de otra forma, este cuento fue contado.