Hubo una vez un roboto que, estando ausente, estaba en todas partes.
Era el mejor.
Sin duda.
Y lo había sido durante las últimas décadas.
El mejor.
Sin duda.
Sin oposición.
-Y ahora, ¿qué?
Porque ser el mejor sin oposición, sin duda, durante las últimas décadas, le hacía sentirse vacío.
Sin propósito.
Sin más rival que el aburrimiento.
Desde la primera vez que se subió a un triciclo en el jardín de infancia, había demostrado que ningún otro fantasma podía vencerlo.
Ni en las pruebas rápidas.
Ni en las de resistencia.
Ni en carreras bajo la lluvia.
Ni bajo el agua.
Ni entre el barro.
Ni en mitad de atmósferas de bario.
Era el mejor y punto.
Pero ser el mejor no es tan agradable como parece.
Como les parece a los seres normales que llevarán una vida aburrida, monótona, gris, suprimible, deprimible y deprimente.
-Y ahora, ¿qué?
¿Volvería a reinar en todas las pruebas del universo? ¿Montado en su triciclo ganando durante las próximas décadas, durante los próximos siglos?
Quizá un ser normal podría contentarse con tal cúmulo de éxitos.
Pero él no.
Nunca.
Nunca.
Prefería abandonar para siempre a su compañero, al que no le había fallado, al triciclo que le regaló su tía Espasmódica por su segundo cumpleaños y medio.
Abandonarlo y abandonarse sin un propósito en la vida.
-¿Quieres potencia? ¿Velocidad? ¿Quieres viajar todo lo rápido que tú mereces?
Era un anuncio.
Un anuncio de una Visión aleatoria de un día aleatorio.
Era un anuncio en el que le estaban vendiendo una moto.
-Prueba nuestra moto Tormenta Estelar y conviértete en el rey de todas las pistas.
Un anuncio con una promoción para los quince mil primeros usuarios: Todo un sidecar rechulón de regalo.
Miró el anuncio.
Miró el triciclo.
Lo tuvo claro.
-Entrenador. -le dijo a su entrenador.
El otro fantasma se volvió porque él era el entrenador de la estrella del triciclo.
-Entrenador, dejo las competiciones de triciclo y me paso a las de moto.
-¿A las de moto? -preguntó el entrenador.
-A las de moto. A las de moto con sidecar.
-¿Con sidecar dices?
-Sí. Y necesitaré su ayuda, mi querido entrenador fantasma.
-Cuenta conmigo, mi insigne discípulo fantasma.
Los dos robots fantasmas se abrazaron.
-Pero necesitarás un copiloto que vaya en el sidecar.
-Ya he buscado al mejor compañero que pudiera tener.
Y el piloto fantasma miró hacia su futuro compañero de carreras, miró hacia su pasado, presente y futuro compañero de carreras; y su triciclo lo miró a él.
Así fue como un roboto, estando ausente, estaba en todas partes.