Hubo una vez una robota que, inventando robots, inventó una profesión.
Ha habido muchos tipos de robots. Muchos. Según su forma, su propósito, su capacidad de raciocinio.
Pero casi todos eran como son en el Mundo de las Ideas de Platón, situado en el Multiverso 7, Callejón de las Afueras S/N.
Es decir, seres metálicos que hacen bip-bip cuando se emocionan.
Y en esas, una robota tuvo un sueño.
Había unos robots que no eran como robots, pero estaban hechos como los robots. Vivían fuera de las fábricas, saltaban vallas, y se alimentaban de los brotes de electricidad estática de los prados.
—Serán ovejas, ovejas eléctricas. —declaró la robota en ese mismo sueño sin saber lo que eran las ovejas.
En cuanto se despertó, hizo unos seres tal como había soñado.
La siguiente noche soñó con unos robots que no eran robots y corrían por los prados, saltaban arbustos, y protagonizaban anuncios de robots que buscan la libertad.
Y, en cuanto se despertó, hizo a los:
—Totones.
Más adelante fueron reetiquetados como “caballos” por sus melenas al viento.
Y soñó cabras, caracoles, osos panda, diplodocus y un par de bichos-cosa.
En unas cuantas noches de sueño y unos cuantos días de trabajo, nacieron decenas de robots no-robots.
—Un mecánico normal no sabrá arreglar sus cuerpos; un ingeniero normal no sabrá reparar sus almas.
Y decidió que ella sería la primera en curar a las criaturas que había creado.
Así fue como una robota, inventando unos robots, se hizo veterinaria.