Que sea Ovidio el auriga de mis labios cuando mi amor por ti salga al galope con palabras inconexas.
Que sea Ovidio el regente de mis actos cuando, al estar contigo, me comporte de una forma más o aún más estúpida.
Y si él no puede, que sea un guionista, o un cocinero, o un mago quien mezcle mis palabras inconexas y mi forma de ser estúpida en algo que a ti te guste.
O te haga gracia.
O yo qué sé.
Pero que te haga tilín, aunque sea chiquitín; porque puede que luego te haga tolón, y quizá te mole mogollón.
Que sea un accidente quien ponga un poco de orden a mis palabras, a mis actos y a mis poemas, pero que sea yo quien te haga pasar conmigo las noches en vela.
Los dos en vela en un barquito de vela; los dos.