Te daré los mayores disgustos, mi amor, los mayores disgustos que hayas tenido en tu vida. Y serán tan grandes, tan pesados, que necesitaré alquilar un camión para llevarlos.
Y mientras conduzca, distraído en objetivos maravillosos y completamente imaginarios, me equivocaré de destino y llegaré a Benabarre.
Te llamaré por teléfono con una conversación casi tan perfecta como la siguiente:
-Cariño, mi vida, que te llevaba unos grandes disgustos. Sí, muy, muy grandes, cariño, vida mía. Pero que me he equivocado, que estoy en Benabarre.
–
-Que no, que no es broma, que estoy en Benabarre, que me he equivocado de carretera.
–
-¿Qué congosto?
–
-No, no, que era una carretera normal. Bueno, quizá un poco más revirada de lo normal, pero ya sabes que, con mis ojos y mi alma, lo recto muchas veces me parece revirado y lo revirado, recto.
–
-Pues no lo sé, cariño, mi vida, fuente de mis alegrías y mis amores. Voy a meterme en un bar y comerme un bocata y ya luego intento encontrar el camino de vuelta.
–
-Cariño, que no te preocupes por mí. Y tampoco por los disgustos: Son disgustos de calidad y aguantan bien el paso del tiempo.
–
-Vale. Te quiero.
–
-No, yo te quiero más.
–
-No, yo te quiero más, mucho más. Tengo incluso un camión de disgustos sólo para ti.
–
-Vale, te quiero.
–
-Sí, te quiero.
–
-Vale, vale, que me traen ya el bocata. Un beso. Luego te llamo. Un beso.
Clic.