En las oscuridades más obscuras del infinito estaba yo, abandonado, perdido, sin un lugar en este universo que sintiese como propio.
Y apareció una luz.
Y apareciste tú, mi luz.
Me puse una linterna de linterino en mi mano y empecé a buscarte, a buscar la luz que diese vida a las oscuridades más obscuras que me tenían preso en la más obscura de las oscuridades.
Y se hizo la luz.
Y en la luz apareciste tú, mi amor.
Llené mi casa de bombillas, de alto y bajo consumo, con luces de colores, blancas y negras.
Mi calefacción pasó a ser una chimenea que resplandecía en mi humilde casa.
Me recomendaron unas gafas de sol. Y me negué.
Me recomendaron un antifaz. Y me negué.
Que había mucha luz. Y era así.
Que había demasiada luz. Y no era así.
Porque nunca hay demasiada luz, porque a veces hay suficiente luz, porque siempre hay la luz de tu amor en mi corazón.
Ilumíname, cariño.
Ilumíname como si fueras una central eléctrica ardiendo, una bomba nuclear estallando en mi propio cuerpo.
Ilumíname, cariño, mi luz, mi amor.