Me has robado el corazón. Y la cartera. Y la cabeza.
Por eso el médico se pone blanco al no encontrarme pulso. Le contesto tranquilamente, quitando hierro y hematíes.
—Claro, es que me ha robado el corazón.
Que cómo puedo vivir sin corazón, que cómo lo consigo.
—Pues no sé, todo es acostumbrarse. Un día te levantas y ya no tienes corazón, ni cartera, ni cabeza. Al principio, parece que se va a acabar el mundo, pero te vas calmando porque asumes que no eres un meteorito gigante.
Que cómo llevo lo de no tener cabeza:
—Pierdo menos tiempo en la ducha, ya no puedo ponerme mi boina naranja. No sé. Hay cosas buenas y cosas malas, como todo en la vida.
Que cómo veo:
—Con los ojos de verdad; es decir, con los ojos del alma.
Que cómo hablo:
—Hice un curso a distancia y ahora soy ventrílocuo titulado.
A cada una de mis preguntas, el médico está más y más absorto con mi historia, con nuestra historia, amor. Le explico cómo me robaste el corazón, la cartera y la cabeza.
—¿También la cartera? —pregunta inquieto.
—Claro.
—¿Y quién me va a pagar esta visita? —pregunta más inquieto.
Le empiezo a explicar que el dinero es menos importante que la salud y el amor.
Pero no me deja.
No me deja de empujar hasta que me tiene en el pasillo y cierra de golpe la puerta de su consulta.