Echaré las cartas, leeré los posos, miraré las formas de las nubes.
Y sí, veré nuestro futuro.
Seguro que, en vez de las cartas de los profesionales, cojo una baraja española, o de póquer, o, directamente, una de las que utilizaba de pequeño con sus coches futuristas que nunca fueron, o con sus barcos de combate que, desde hace años, están en el astillero del cielo.
Y, si hay que cambiar una carta por otra, lo haré. Con disimulo para que no se enfade mucho el Destino, para que no diga otra vez que se me nota mucho cuando hago trampas.
Me beberé el café y, si me acuerdo, leeré los posos. Eso si no me equivoco y uso café soluble. Leeré los posos y, en el fondo de la taza, veré no sólo un instante de nuestro futuro, sino una película. Me montaré una película con sus 24 fotogramas por segundo, con sus efectos especiales, con sus invitados estrella.
Y, si no hay mucha comedia, haré alguna broma. Alguna broma estúpida para que me eches la bronca por hacer bromas estúpidas. Y la repetiré y me volverás a echar la bronca con una sonrisa mal disimulada.
Miraré las formas de las nubes y, tras media hora embobado, recordaré que lo estoy haciendo para ver nuestro futuro, que debo centrarme en cosas reales, productivas, provechosas. Y miraré las formas de las nubes y, además de los perros, robots y naves espaciales, nos veré cogidos de la mano saltando de nube en nube, con nuestros cascos, con nuestros paracaídas.
Y, si te entra el mareo, llevaré una caja de biodramina. Con cafeína o sin cafeína, como tú quieras; con sabor a profiteroles de nata, con sabor a tirabuzones de fresa y chocolate.
Echaré las cartas, leeré los posos, miraré las formas de las nubes.
Y sí, te veré a mi lado.