Cuando nos levantemos, encenderé la luz para que puedas ver. Encenderé la luz de la habitación hasta que subas la persiana, mires fuera y me mires a mí porque se me habrá olvidado de nuevo.
Y haré amanecer el día. O anochecer; lo que desees. Mejor un mediodía que así sólo tendré que colocar un gran punto de luz en mitad del cielo y me podré olvidar del resto de estrellas.
Cuando salgamos a la calle, seguiremos estando de día o, si te hace ilusión, de noche con las farolas encendidas y las luces de Navidad puestas, aunque estemos en julio. Total, cada año la Navidad empieza antes.
Además, dando gracias a la contaminación lumínica, seguiré sin colocar las fastidiosas estrellas.
Y si no es demasiado, y si tú quieres, también encenderé a las máquinas y a los humanos, no como hogueras, sino como compañías para nuestro viaje.
Encenderé el mundo por ti, pero eso será cuando nos levantemos.