Pasmada, patidifusa, parada se queda y no da crédito a lo que está viendo: la letra p que preside su estantería la ha mutado un duende en d. ¡Otra vez! ¡Qué pesado el puto duende de las pelotas, tocando las pelotas, al que le va a cortar las mismas si lo pilla!
Con un fastidio atenuado porque ya lo ha vivido unas cuantas veces, la gira para que vuelva a ser su letra, su p, perfecta, polisémica, puesta por su nombre. Con los moñacos colgando sus piernas de las baldas de una estantería perfecta, acompañando con libros y cactus a una letra p polisémica, pilar donde pivota la decoración de su comedor y de su vida; con todo ya en su sitio, respira tranquila al fin.
Arreglado el problema de ortografía, empieza a preparar la cena. ¿Qué hará? ¿Fideua con alioli? ¿Unas patatas al horno? ¿Por qué no atreverse con un tartar de bisaltos sobre reducción de guacamole a las hierbas australianas? Detiene su cerebro un momento y lo rechaza: Pensando en sus invitados, quizá lo más agradecido sean unos macarrones sin gluten ni lactosa de primero, y unas pechugas de pollo empanadas sin gluten ni lactosa de segundo. Donde no hay ninguna duda es en el postre. Aunque quería arriesgar con helado de frambuesa y chocolate derretido, tiene el plato con el que no puede fallar: La Roca. Algo sólido, contundente.
Ya está: Saca del armario la caja de macarrones y la bolsa de pan sin gluten. Ahora le queda lo más complicado del día, pues tiene que elegir su ropa. Mientras va preparando lo que utilizará para cocinar, piensa en lo que puede ponerse, en las distintas combinaciones que sean adecuadas para la ocasión. Adecuadas y atrevidas. Piensa en su maravillosa boina naranja resumen del buen gusto estético. Atrevida, sí; adecuada, quizá demasiado atrevida.
Cuando está a punto de intentar rebozar los macarrones, decide que necesita ir a su cuarto para poner sobre la cama las distintas opciones que tiene. Al pasar por el comedor, observa de nuevo la letra p, que sigue siendo una p porque el puto duende aún no ha tenido tiempo para volver a tocar… las narices. Durante unos diez segundos, se queda pensativa sobre lo que significa esa p y, con un poco de sorpresa para sí misma, la gira convirtiéndola en una d que también forma parte de ella.
Llaman a la puerta.