No hay mejor comida que la comida que tú me haces, mi amor. Cuando me comes el brazo, o una pierna, o la cabeza. Cuando me muerdes y arrancas jirones de mi carne enamorada de ti.
Me muerdes y las heridas exhiben lo que es nuestro amor, amor mío.
Los capilares sangran, como el amor que empecé a sentir por ti, gota a gota, hasta que me hicieron un agujero en el corazón que sólo puedes llenar tú.
Las venas manan sangre, pero con calma, mientras pierdo la consciencia al quedarme seco junto a ti, mientras paseamos por la orilla del mar con las olas rojas acariciando nuestros pies.
Y las arterias brotan sangre, como eyaculaciones de un corazón que no puede latir sin ti, que vomita a cada impulso su desesperación por no estar a tu lado.
Me muerdes y a cada mordisco desaparezco un poco, desaparezco para entrar en ti, para unirme a ti.
Déjame ser tu comida, déjame ser tu alimento, dame otro bocado, mi amor.