Porque los guardo para tenerte cerca, para estar siempre a tu lado.
Cristobal Colón es tu pelo; Benito Pérez Galdós son tus ojos.
Dirán que sale un científico en mitad de uno de sus experimentos vitales, pero eres tú haciendo macarrones antes de irnos a una excursión bajo la lluvia.
O una escritora recitando sus memorias olvidadas, pero eres tú leyendo mi lista de la compra que es la misma desde hace años.
Veo un pingüino en un billete de Nueva Zelanda y me acuerdo de ti; veo un sombrero en un billete mexicano y me viene a la cabeza una boina. Naranja, en concreto.
Ni un alce bielorruso, ni un koala australiano.
Porque el alce no es un alce, sino el reno de mentira que arrastraba un trineo de mentira en aquel pueblo de mentira que visitamos.
Y el koala, ése que está viendo a otro medio colgado, los dos sabemos que eres tú riéndote cuando yo no sabía bajar del árbol.
Dirán que el dinero no compra la felicidad y seguramente sea cierto, pero éste no es el caso.