—Yo te salvaré, pastelito relleno de abrazos.
Y saltaré.
Y pelearé.
Y venceré por ti.
Pero…
Sin que me dé cuenta, los malvados me sedarán y despertaré atado a una silla, en mitad de un interrogatorio. Y, para mi sorpresa, no será un interrogatorio cualquiera: Será el mío.
Que por qué te quiero.
Que por qué te invito al chino.
Que por qué te acompaño a los centros comerciales.
Sin que me quiebren, pensaré en nuestras tardes de paseo, en nuestros rollitos de primavera, en los descuentos que me hacen en tiendas donde nunca he comprado.
Y resistiré a sus preguntas.
Y resistiré a sus amenazas.
Y resistiré a sus torturas por ti.
Sin que se enteren, me soltaré una mano, y la otra, y un pie, y el otro; y, tras quitarme la mordaza, les atacaré, pero sin mucho éxito porque se me habrá olvidado quitarme la venda de los ojos.
Así me encontrarás, dando patadas y puñetazos al aire mientras los enemigos siguen pensando si es posible ser tan tonto o todo es parte de una estratagema.
Pero…
Sin dejarles tiempo para decidirlo, saltarás, pelearás, y vencerás. Cuando compruebes que tienes la situación bajo control, me dirás que deje de dar patadas y golpes porque me voy a hacer daño.
Y no habrá problema porque…
—Yo te salvaré, pastelito relleno de abrazos.