Suena una flauta con notas negras y, después, un timbal. Todo queda en silencio.
Las saetas pasan a su alrededor buscando un cuerpo que no pueden encontrar; mientras, en la lejanía, aparece una bola de fuego que se le va acercando. Oye lamentos de los que han sido alcanzados por ella.
Apoya. Gira. Algo le roza. Vive. Salta. Queda en el aire en suspenso con un ejército bajo sus pies. Avanza. Avanza. Más rápido. Frena. Quiebra. Una lanza cruza justo por donde él tendría que haber pasado.
Si todo fuera como tiene que ser, si todo fuera lógico lejos de los milagros, él estaría muerto, con su cuerpo devorado por perros, con su cabeza clavada en una pica. Pero hoy no sucede lo que sucede en el mundo real.
Danza con su cuerpo en coreografía ante espectadores que no aprecian sus movimientos. Una espada contra su armadura, un último quejido como respuesta del atacante. Se acelera, él se acelera y el resto del mundo parece que ha quedado atrapado en un tiempo viscoso.
A su alrededor todo se difumina quedando la realidad trasformada por una capoladora.
Danza. Avanza. Fluye.