Ha acabado en una oficina llena de elementos de oficina, en un trabajo odioso con elementos odiosos, rodeada de personas que se escaquean y medran; se ponen de lado y medran; medran y medran y vuelven a medrar. Y rodeada de responsables que son responsables por ser unos responsables que se dejan responsabilizar. Muchos de la primea categoría piensan que están en la segunda; muchos de la segunda no piensan que están en la segunda.
Mecánicamente, da a la tecla de intro.
Va a la sala de descanso donde la costumbre del lugar es entretenerse con cuánto trabaja cada uno de los entes allí reunidos, y de sus viajes, y de sus vidas; pero también, en especial, de las vidas de otros que no están. De si fulanita de actividades lúdicas se escaquea todo lo que puede, aunque el que habla no expone lo que se escaquea él; de si menganito de recursos humanos ha hecho las cosas mal y hay que tragarse no sé cuántos marrones, aunque la que habla no les recuerda a sus confabulados todos los marrones que otros se han tragado por ella.
En silencio, se termina su té.
Vuelve a un ordenador en el que no hay enlaces a páginas deportivas, en el que no hay enlaces a tiendas de ropa; ni siquiera ofertas conjuntas de viajes en el último momento combinados con remedios contra la calvicie en el último momento. Nada, no hay nada más que las herramientas que necesita para terminar su tarea en el plazo acordado.
Esa limpieza de distracciones hace que la coordinadora del proyecto la llame a su oficina con una oferta como las que ha tenido hasta ahora: Más trabajo, igual dinero. Porque todos saben que pueden confiar en ella, que hará bien su trabajo. Y esa forma de ser suele tener la recompensa de trabajar más, ser responsable de más cosas y, por supuesto, cobrar lo mismo.
Pero, esta vez, la coordinadora se sorprende, no entiende lo que está pasando. Le acaba de decir que va a ser la encargada de una nueva tarea, que sólo los más capaces son dignos de tal honor, y su empleada, como respuesta, ha puesto una hoja sobre el escritorio. No lo entiende. Es un proyecto magnífico con el que soñaría cualquier trabajador de esa casa y la contestación es el preaviso de que se marcha a otro empleo.
Inconcebible.