Saluda, sonríe y saluda. Hola, hola, ¿qué tal? ¿todo bien? Saluda y sonríe, y pregunta sin intención de saber más de lo que le quieran contar, para no herir a los otros, para no tener que pagar posibles facturas de personas que se arrepientan de haber hablado demasiado.
Hola, ¿todo bien? Y así lo desea. Hola, ¿te puedo ayudar? Ofrece su mano con sinceridad, pero evitando que sea tomada como un futuro seguro más allá de ese momento. Y, a veces, ayuda; y, a veces, la lía más de lo que ya estaba liada.
Saluda y sonríe aunque, en ocasiones, tampoco le apetezca hacerlo mucho pues aguaceros en cascada intentan llenarle en alma. Pero saluda y sonríe. Sobre todo, sonríe. Parece que se ha cubierto los labios con tripis, que se ha fumado todas las hierbas encontradas en su camino, buenas y malas.
Saluda hasta a las piedras, incluso dos veces. Aunque no le contesten, aunque haya personas que le contesten menos que las piedras. Saluda no por llevarles la contraria, no por hacerlas de menos, no por nada de ellas, sino por lo que le dijo un bisa en el cuartel:
-Y si viene la muerte, se le saluda.
Porque saludar y sonreír, porque interesarse en los demás e intentar ayudarles, le previene de convertirse de nuevo en otro saco andante que, si se le pinchase aunque fuese con una aguja hipodérmica, vertería vinagre sobre la estancia de su vida y de los que tiene a su lado.
Saluda otra vez y, con una sonrisa, se despide.