Salta y vuela, abre sus alas sobre un mar de emociones que le han tenido presa en más de una ocasión. Y en más de dos. Y en más de las que a ella le hubiera gustado vivir, y en más de las que ella se hubiera atrevido a reconocer.
Pero ya no importan, ya no la arrastran entre flores con espinas, ya no. Deja las emociones tiradas en trozos de algodón con los que ha borrado el maquillaje de su cara y el maquillaje de su alma que ha llevado durante tanto tiempo. Están sus emociones en manchas cautivadas para siempre en flores de algodón que cubren los campos que ella sobrevuela. Que ahora sobrevuela, pero que, dentro de poco, no lo hará.
¿A dónde irá? ¿Quién lo sabe? ¿Ella? Se desliza por las corrientes de un viento austral cálido sin más ataduras que dejarse mecer por el aire, por el tiempo, dejarse mecer sin condenarse a las emociones que maquillan nuestras vidas para que a otros les parezcan bonitas, para que a otras les resulten decorosas, para tapar nuestras propias personas que, a veces, pueden no resultar ni bonitas ni decorosas, aunque son nuestras y reales.
Vuela por los aires como dinamita lanzada al centro de la prisión de una misma, vuela por los aires para encontrar su lugar prometido entre nubes de cometas.