Su cometido era transmitir una inteligencia a otra parte del universo usando pulsos de fuerza. Eso es lo que le habían dicho, aunque él no entendía gran cosa. Allí estaba, orbitando la Tierra en una nave que, como era la primera en lo suyo y tampoco quedaba ni tenía que quedar muy claro qué era lo suyo, estaba camuflada como una estación de vigilancia del sistema de protección contra asteroides.
Los grandes cerebros sintéticos habían desarrollado un sistema con el que creían que Nosotros podríamos expandirnos por el Universo más rápido de lo actual. Todo esto le sonaba extraño, tan extraño como fue su proceso de selección:
-Levántese y deje sus pertenencias en la entrada de la oficina. Allí le acompañarán a su nuevo destino.
Le resultaba complicado entender cómo era el sistema normal de Expansión Cósmica, pero, al menos, lo podía explicar: en vez de mandar las naves a grandes distancias, se manipulaban con pulsos de fuerza grupos de átomos para crear los objetos en destino. Sin embargo, en el nuevo sistema no se manipulaban átomos lejanos con pulsos de fuerza, sino que se modificaban las condiciones de un lugar remoto para transmitir allí una inteligencia. Eso es lo que uno de los cerebros sintéticos le había respondido a sus preguntas. Ni le quedó muy claro ni quería saber mucho más.
Al fin todo estaba preparado. Recibió la orden de iniciar el proceso y, tras pulsar el botón, su mente se encontró flotando cerca de otro sistema planetario. Era un comienzo, era su comienzo.