Puede que lo consiga o no, no tengo ni idea y nadie la tiene; salvo algunos dioses, como es normal.
Empezaré mil proyectos pequeños, con mil deseos pequeños, con mil objetivos pequeños, sin ganas de que ninguno de ellos, ni proyectos, ni deseos, ni objetivos, se haga demasiado grande ocupando tanto espacio en mi vida que se convierta en ésta. O quizá descubra que alguno es básico para darme sentido, que es más yo que yo, pero eso será en un futuro que no tengo ganas de conocer hasta que viva en él.
Falta de compromiso, falta de interés, falta de valentía, falta de mí; puede que tenga toda esa combinación de factores del fracaso y más. Y más. ¿Y qué? Si tienes esa combinación nunca conseguirás el éxito, pero triunfar no es obligatorio. No lo es. Puede que sea una consolación para perdedores, pero triunfar no es obligatorio. Triunfar no es obligatorio para triunfar y, muchas veces, es contraproducente. Si la consolación primera podría interpretarse como un motto para perdedores, la segunda lo sería para perdedores empedernidos autocomplacientes; desarrollarla es harina de un costal que no quiero llevar a cuestas en este retazo.
He empezado mil proyectos pequeños, con mil deseos pequeños, con mil objetivos pequeños, que pueden dar lugar a mil fracasos pequeños que sean más grandes que un éxito grande, que llenen una vida más que un éxito grande que no me llena.
Suena bien, se escribe bien, espero vivirlo bien.