Con la cabeza hundida hasta casi tocar su pecho, avanza dando brazadas de Gran Simio con un cigarro en la mano izquierda, levantando su periscopio cabeza un instante para confirmar que sigue la dirección adecuada. Se detiene en mitad del paso de cebra y olfatea en dirección al autobús que tiene justo en frente de él. No lo considera un peligro, al menos ahora que está parado.
Lo miro desde mi asiento, en el único punto donde se cruzarán nuestras vidas.
Cruza hasta el otro lado de la carretera donde hay un restaurante cutre al lado de un prostíbulo, y unos cien metros a la izquierda un restaurante para gente pudiente. ¿Dónde irá? ¿Qué irá a hacer? Podría fantasear sobre su vida y pensar que trabaja en uno de los restaurantes y, moviéndome de todo los prejuicios que cargo, decir que es el friega platos o el pinche o un mozo de carga y descarga. Ni idea. O quizá su destino sea el prostíbulo donde vaya para encontrar un chute de hormonas a cambio de dinero, o a encargarse de alguna tarea desagradable en una organización criminal.
Como todas las personas con las que me encuentro, mis prejuicios, mis memorias, me hacen crearle un pasado y un presente dentro de mi universo. Lo hago cuando me cruzo con otra persona que no conozco o que conozco desde siempre.
Al llegar al otro lado de la carretera, se enciende un cigarrillo y se queda mirando hacia la nada. Mi autobús se aleja hasta que ya no puedo verlo.