He aceptado vender mi alma para siempre, cosa que tampoco me parece muy mal teniendo en cuenta las circunstancias que se dan por ser una persona y vivir en este mundo. Lo que no me convence del todo es que no sé cuáles han sido las condiciones del contrato, ni a quién se la he vendido. Esa pequeña inquietud me molesta más que lo sustancial.
Todo ha pasado como, por lo que comentan expertos, sucede en estos casos. Estaba inmerso en las Visiones cuando, para acceder a una de ellas, a una en la que un monje me iba a explicar los beneficios fisiológicos de una maravillosa y, lo más importante, muy remota técnica de curación de los dolores del alma, he empezado a aceptar un sinfín de condiciones y, por un instante, ha surgido una fugaz cláusula que he aceptado sin leer. Bueno, sí que la he empezado a leer, pero en el tránsito de llegar la información de mis ojos a mi cerebro y que éste la procesase, pues he dicho que sí, que adelante. No ha sido hasta unos segundos después que he caído en la cuenta de: “Usted acepta vender su alma a…”
No recuerdo más del mensaje, nada. Me he quedado pensando en que la he liado de lleno, por lo que dicen los expertos en vender almas. Bufff, yo qué sé. Tampoco le he dado muchas más vueltas pues el monje ya había empezado su explicación sobre la técnica milenaria, arcana y accesible para cualquiera que contemplase la Visión, y yo ya no podía seguir pensando en minucias porque he de centrarme en lo importante de la vida: La salvación del alma.