En guerra. Estoy en guerra. La guerra que intenté buscar, sentir, olvidar en Expedición. En este mismo momento, estoy en guerra. Lanzo mis balas mentales contra ese dolor continuo que me causa tal o cual estupidez que no logro erradicar de la mente de mí, de esta o esa persona. ¿Cómo pueden porfiar en su equivocación? ¡Es que es inconcebible! Racionalmente, contrastando lo que defienden con los fríos datos, es imposible que nadie pueda pensar eso, cómo…
Suena el metrónomo. Un pulso por minuto. La señal que cada minuto me recuerda que piense en qué estoy pensando. Y pienso que vuelvo a estar en guerra, machacando mi cabeza con pensamientos a martillazos, intentando salvar a personas que no quieren ni necesitan ser salvadas, que son más inteligentes que yo, que tienen más formación que yo, que han conseguido más éxitos que yo, y, viendo todo eso, me supera que piensen lo que piensan. Pero, quizá, si son así y piensan eso será por algo, y no reparo en que mi maldita soberbia me lleva a intentar salvar a alguien que se puede salvar por sus propios medios o, humildemente, saben que no hay salvación alguna. En serio, otra vez con lo mismo. ¿Cómo no aprendo? ¿Cómo sigo con lo mismo? ¿Voy a parar de hacerlo alguna vez?…
Suena el metrónomo, suena la señal de alarma: Acepto que vuelvo a estar en guerra conmigo mismo, pero me noto más calmado que hace hace varias señales; sin duda, cuantas más señales van pasando, con mayor tranquilidad me tomo que siga buscando estar en una guerra continua. Comprendo que ellos tienen su vida, comprendo que mi mente intente salvarlos de los peligros que ella se inventa; lo comprendo, vuelvo a comprenderlo como lo he comprendido siempre, pero, esta vez, con una respiración de cariño en mi alma.
Suena el metrónomo.