Imagino esferas de energía en mis manos y mis pies, de las que salen halos que suben, por mi cuerpo, hasta mi cabeza. Vaporosas y brillantes esferas que, tras ganar realidad en mi imaginación, van ganando peso en mi realidad.
A los pocos segundos, empiezo a notar que mis manos y mis pies nadan en un fluido que es el aire, moviéndose en corrientes invisibles encerradas en conductos invisibles, desplazándose sin fricción alguna.
Mis esferas son motores que me permiten descansar en el movimiento, abandonarme en el movimiento, para mecerme en una cuna cuyos mimbres son corrientes invisibles y sus sábanas el aire que envuelve mi cuerpo.
Un aire que está fuera y dentro de mí: Mi respiración se acompasa a mi pie derecho, soltando el aire cada cuatro apoyos, cogiendo el aire cada cuatro apoyos. Nada más existe. Una respiración que anda siguiendo el movimiento creado por cuatro esferas de una energía imaginaria.