Mi yo docto, el guía que saca a mi pobre yo ignorante de su propia mediocridad, sonríe. Aquel que le dice a éste:
–Sois mediocres. Los otros yo sois mediocres; y yo os lo digo porque gastáis vuestras míseras vidas mediocres en porfiar en ser mediocres.
Y mi yo espectante, el que quiere ser dominado por ese faro de luz que es mi yo docto, dice:
–¡Es verdad!
Mi yo docto suelta mis prejuicios enlatados en figuras de pensamiento ultra superiores, mis prejuicios deconstruidos por el pensamiento racional y el estudio de lo dicho por las grandes mentes del pasado, sentando cátedra sobre todo y todos.
Y mi yo espectante ríe ufano porque sabe que su faro vital, su demiurgo de lo mundano, tiene razón.
¡Qué espectáculo tan repetido y patético! Pero, incluso ante ese espectáculo repetido y patético, siento aún más ternura por esos otros yo que habitan tanto éste como otros cuerpos.