Camino hacia Marte, subiendo junto a sargantanas por las paredes donde se refleja la luna. Levanto la cabeza para otear un sendero en el éter que me conduce hasta un planeta convertido en una luz roja. ¿Por qué la luz roja? ¿Será un faro para los viajeros que intentan evitar las rocas causantes de los naufragios del alma? ¿Será una advertencia para recordar los peligros del vacío que hay entre los planetas que hay entre nosotros? ¿O un prostíbulo, tal vez, donde alquilar nuestras vidas y nuestros planetas a cambio de un vacío que no nos llena?
Ni sé ni me importa cuál de ellas es la razón por la que Marte está transformado en un luz roja que me guía. Las ventosas de mis manos se agarran al cristal del mimo que forma una escalera hasta el cielo de mis ojos. Subo. Subo viendo volar por el horizonte a leones trastocados en perros con cara de payaso, de la correa de una Cibeles que llega tarde a la reunión de dioses anónimos abandonados por sus devotos. Subo. ¿Y cuál es el sentido de querer llegar a Marte? ¿Acaso me espera allí un restaurante que resuelva todos los sueños de mi estómago?
Camino hacia Marte por un cielo de colores estrellado, viajando a su lado para leer mi camino en ellas.