Hoy es hoy. Y como hoy es hoy, no es ayer. Tampoco podemos afirmar que hoy es mañana. Bueno, lo podemos afirmar como podemos decir todo lo que queramos. Por bondad, o maldad, nos recuerdan que somos libres de decir, sentir, vivir lo que queramos.
Tal vez.
Hoy es un día. Otro día. ¿Hoy es otro día de nuestra vida? La respuesta corta es “no”; y la respuesta larga y puntillosa es “sí, pero no otro”.
Ninguna vez volveré a vivir hoy. Para bien y para mal. Nunca volveré a vivir este día en el que quiero que pase rápido el tiempo porque lo que toca en la película de mi vida no me gusta; nunca volveré a vivirlo aunque me quiera quedar para siempre en él, para sentir lo que ahora siento, para quedarme en un bucle con tu mano en mi mano y tus ojos en mí.
Del resto de mi vida, el día que seré más joven es hoy. Del resto de mi vida, el día que tendré más vida por delante es hoy. Ni ayer, ni mañana, ni cuando se cumplan todos mis grandes sueños y deseos. Nunca más seré más joven por muchos potingues que me eche en la cara y en el alma, por mucho que intente a los cuarenta -cincuenta-noventa-ciento+cuarenta vivir como viví cuando era joven.
Ains, pero no.
Un día menos para terminar el trabajo y tener vacaciones; un día menos en la cuenta del banco de nuestro vida. Lo primero suena bien; lo segundo, lo segundo…
… sorpresa
… rechazo
… miedo
… terror incluso cuando vemos que la cuenta decrece demasiado rápido.
Hoy es hay. Aunque a veces la vida, pudiendo parecernos estúpida, lo escribe sin hache. Quizá los estúpidos seamos nosotros por entender nuestra vida por un “ay” que sólo está en un hoy. En todo caso, por mucha protesta y negación, hoy es lo que hay.
En este trabalenguas de retazo, saludo a un yo futuro que lea esto para recordarle que “mi hoy no es su hoy”, ni es el de ninguno de mis otros “yo” del futuro, del pasado o de otra realidad que no ha llegado a ser parte de mi vida.
Hoy es hoy. Y nada más.