Quizá era defectuoso, quizá estaba pasado de moda, pero su vida ya no se escribía en presente.
El jefe del Gobierno había llamado al jefe de la oposición, también al Gran guardián de la moral verdadera, también al creador de las Visiones.
-Esto es lo que hay – Fueron sus últimas palabras.
Y, como sucedía cada vez, así empezó ese giro de la rueda.
Un don nadie hasta ese momento surgía de la nada para abrir todas las Visiones, todas las recomendaciones morales, todas las intervenciones políticas.
Las Visiones nos mostraban cuál era el drama de un don nadie que ahora era un Señor Don Alguien, de los Alguien de toda la vida. Imagen a imagen, gota a gota salpicando sobre la pantalla, desde su guión, sobre nuestra alma.
Los guardianes de la moral verdadera mantenían incendios que quemaban cualquier duda sobre la injusticia que soportaba nuestro Hermano Alguien, ese hermano que era más de bueno y más de débil que nosotros.
Los políticos se dedicaban a discutir por quién entendía mejor al Ciudadano Alguien, por quién podía plantear soluciones cada vez más definitivas, por quién derrotaría la injusticia que asolaba a nuestro pobre compañero.
Y de repente, cuando toda nuestra existencia giraba en torno al Señor Don Alguien, éste se volvía a transformar en un don nadie, del que nadie hablaba, al que nadie interesaba, al que nadie recordaba.
Unas veces era porque ya se había conseguido el objetivo de esa campaña y ese don nadie, tras servir como emblema de un bien mayor, era enviado con sus miserias, las mismas miserias que había tenido siempre, al fondo más fondo del cuadro.
Otras veces se debía a que el responsable de calidad de la línea de montaje, descubría un error de diseño y que, por tanto, el producto lanzado al mercado social “don nadie sin importancia modelo 99989898933” era defectuoso y podía dañar la campaña para la que había nacido.
Sea como fuere, el jefe del Gobierno había llamado al jefe de la oposición, también al Gran guardián de la moral verdadera, también al creador de las Visiones.
-Esto es lo que hay – Fueron sus últimas palabras.
Y, como sucedía cada vez, así terminó ese giro de la rueda.