De maestros que afirman y discípulos que niegan
Llevas montones y montones de tiempo y dinero gastados en pastillas para soportar la vida, en cigarrillos que calman tu ansiedad, en atracones que abotargan tu mente y tu estómago. Vale, no sigas, lo has probado y sabes lo que hay. Deja de empastillarte, ahumarte, cebarte; deja también de seguir a santones y profetas que te guían por el camino de su propio provecho, que te exigen continuos saltos de fe manteniéndote siempre junto al abismo, su abismo. Eh, ten clara una cosa: La salvación está al alcance de tu mano.
Bienvenido, querido humano lector. En este capítulo vamos a hablar de cómo conseguir la salvación, esa salvación última y maravillosa. Te daré tres técnicas que puedes aplicar en situaciones cotidianas, y que te servirán de catapulta hacia las estrellas, bien en tu cielo, bien en tu cabeza.
Ya que estás habituado a los abismos, empezaré por la técnica cuyo poético nombre es “Flechas sobre el abismo, abismos bajo tus pensamientos”.
Cuando te dedicas a dar vueltas por tu mundo diciendo y demostrando que eres el mejor arquero de la historia, quizá te encuentres con un viejo cochambroso que te pida que le acompañes. Si no te ofrece caramelos o suscripciones a cualquier grupo de salvación, vas bien.
Por razones que desconoces, te lleva hasta un árbol que parte casi horizontalmente de la pared de un abismo. El anciano te recuerda que eres el mejor arquero de tu propio mundo, que no será difícil tirar la flecha más lejos que un viejo como él, que así te dirá una técnica que sirve para alcanzar la salvación, que te lo mereces, que todos nos lo merecemos.
Saca su arco y acierta en un tronco que estará, como mucho, a unos tres metros de distancia, al otro lado del abismo. Estás acojonado con el tema, pero ves lo cerca que ha tirado el viejo y sabes que eres mejor que él. Cuando estás plenamente concentrado en conseguir la victoria y, por tanto, la salvación como premio, te empuja y caes al vacío.
Estás muerto. Muerto y requetemuerto. El viejo se quita la cuerda de seguridad que no le has visto ponerse porque estabas ciego de miedo al abismo y de esperanza en el futuro, baja por un sendero hasta donde queda tu cadáver y te rapiña.
Aunque estás muerto y de poco te sirve, te digo la técnica que no te ha enseñado el yayo bandolero porque él ha utilizado una más definitiva; la técnica es muy fácil de decir, pero muy complicada de ejecutar: Deja el arco y las flechas en casa. Tal cual.
Reconoce que en la anterior aventura has echado en falta un puente y de puentes va la técnica de “Lucha en puentes con recompensas garantizadas”.
Te levantas por la mañana y te dices a ti mismo: “¿Qué puedo hacer?” ¿La colada? ¿Limpiar mi casa? ¿Seguir los consejos de jardinería de un filósofo francés? Pues no, por la razón o pesadilla no acabada en tu sueño que sea, decides irte a salvar el mundo.
Cuando vas a cruzar un puente, te encuentras con un malévolo malandrín, un facineroso felón, un tipo torticero con maldad trina. Lo ves y, cosas del corazón, te enamoras de la idea de salvarlo, de hacer el bien por el bien. Sabes que para salvarlo, no hay nada mejor que su derrota, por lo que le retas en combate.
“Deus ex machina”, aparece tu maestro, explicándote que nada podrás hacer con el arco, que esta situación requiere que empuñes una espada, que levantes los brazos y que cierres los ojos. Que cuando notes un ligero toque en tu frente, la salvación estará ya en camino y sólo te restará contar hasta mil para alcanzarla.
Cierras los ojos. Esperas. Esperas. Esperas. Sientes el ligero toque en tu frente. Ya, ya ha llegado la hora de contar. Aún no has alcanzado el número trescientos quince por segunda vez cuando unas palabras cada vez más violentas te perturban:
-¿Se puede saber por qué demonios está con una espada en mitad de un puente? Tire el arma. Tire el arma ya. Que tire el arma ya de una vez.
No haces caso a la voz porque sabes que, en la búsqueda de la salvación definitiva, los más comprometidos con la causa son tentados por las alucinaciones. Recuerdas el libro de otro de tus maestros que narraba las aluci…
Te tira un empujón y, por acto reflejo, abres los ojos. En un momento, unas sombras te dan la vuelta y te ponen unas esposas. Te duele el pecho por la pelota que te han disparado, pero más te duele el haber contado hasta mil una vez y no haber recibido la salvación, que hayas intentado volver a contar hasta mil y que no tengas la recompensa que tú mereces. Estás enfadado con el enemigo que no te ha dado tu salvación, con la empresa de repartos que no te ha entregado tu salvación, contigo mismo porque has fallado a tus maestros en conseguir tu salvación.
El policía se ríe y te quita un papel que, con un ligero toque en la frente, te habían puesto: “Pringado”.
¿Cuál es la técnica que no han seguido tu maestro y su compinche? Pues una que te resultará sorprendente: No dejes el arco y las flechas en tu casa; véndelos o pégales fuego.
Entre tú y yo, ¿no hubiera sido preferible quedarse en casa tomando un buen desayuno en vez de salvar a los pobres descarriados? Parece agua de borrajas, pero “un buen desayuno” es la mejor idea que se puede tener para encontrar la salvación: ni dioses buenos o malos, profetas amorosos o salvajes, ni cielos aburridos o infiernos desorganizados. Un buen desayuno gana a cualquiera de esas otras jugadas. Bien lo muestra la…
Madre mía, qué rollo llevo con el tema del arco y la salvación. Bueno, intentaré ser…
… breve y última técnica: “No hay lavavajillas para la suciedad de la mente”.
Estás en tu retiro espiritual favorito después de haber pasado toda la noche en vela, meditando sobre lo divino y humano. Llega la mañana y cuando le preguntas a tu maestro cuál es el camino a la salvación, te contesta que si has lavado el cuenco del desayuno. ¿Por qué te contesta con una pregunta? ¿Tienes que reflexionar sobre ello? ¿Tienes que alcanzar la salvación así como así? Te tienta responder con algo más macarra que una pregunta, te tienta soltarle “Wu” y que se lo tome como quiera.
Pero no, coges el arco y las flechas y las dianas y… Bueno, ya sabes cómo termina el maestro. En resumen, la tercera técnica es: Vende el arco y las flechas, alquila un pequeño local en la Calle de las Vírgenes, y dedícate durante todo el día a dar desayunos. O tapas. O solamente patatas bravas.
Bien tirado, querido futuro humano lector, has hecho blanco en la diana del espíritu y has cazado la salvación. Ahora puedes disecarla y ponerla como otro logro en tu hoja de servicios. Continúa practicando las enseñanzas de esta serie de coleccionables y conseguirás la Victoria.
Bip, bip.