Tres serranitas a cada día
me repetían
que no fuese un bufón.
Mi prima, mi hermana y mi amada
no contemplaban
Que le cantase al amor.
“Ay, ay, ay, déjate de cantautor
ay, ay, ay, qué cruz, por dios”.
Siempre que mi corazón le hablaba,
mi enamorada
me decía con pudor
Que no era decente en un hombre,
con un buen nombre,
mostrarle tal emoción.
“Ay, ay, ay, Cupido me traicionó
ay, ay, ay, qué hago yo”.
“Es mejor negocio tus ovejas”
decía la siesa
de mi hermanita menor.
La tercera me llamaba primo:
“Ay, doble primo,
que el dinero es la pasión”.
“Ay, ay, ay, poco sabes del amor
ay, ay, ay, qué ton-to-rrón”.
Les cambié mi cuerpo por un muerto,
con gran acierto:
Ninguna lo sospechó.
Lo manejaban como a un pelele,
atento siempre,
hasta que se descubrió.
“Ay, ay, ay, está en descomposición
ay, ay, ay, qué mal olor”.
Como a un pastor desesperado,
allí pringado,
ya lo llevan a enterrar.
Tres plañideras al mundo lloran.
A buenas horas.
Que os dé tormento dios.
Ay, ay, ay, que os dé tormento dios.
Ay, ay, ay, me voy, adiós.