Dos olas enfrentadas por dar cobijo a una lancha perdida en mitad de un océano, dos olas que otro puerto buscan cuando ya no mantienen el crepitar de su nacimiento. La lancha remolonea, recuerda las olas que la lanzaron de un lado a otro de la vida, remolonea sin dar un paso hacia ellas, sin dar un paso alejándose de ellas, dejándose mecer por los vaivenes de dos olas que la codician como el tesoro que naufragó hace años. ¿Chocarán las dos olas? ¿Chocará la lancha contra sí misma? ¿Otra vez?
La lancha observa una fotografía desgastada y recortada, en la que, si bien más joven, se encuentra con las grietas de aquella ola que quiso volar, recuerda aquella ola. Ahora, esas grietas casi han desaparecido de su cuerpo, pero no de esa foto, pero no de esa foto que hizo de ella su memoria. Comprende que cualquiera de esas dos olas no le reportará sino renacer las grietas una vez calafateadas con sangre. ¿Huirá? ¿Se salvará? ¿Esta vez?
Y, tímida, sonríe.