Las melodías engastan los versos nacidos al condensar mi vida en palabras, nacidas de la nada sin intención. Sin entender las notas que canto, sin saber cuál es su nombre, su escala, la armonía que, en otra manos, las podría convertir en una composición preciosa. Salen las melodías desde dentro de mí, sin decisión alguna sobre ellas, nacen solas y encuentran en mí un altavoz que las difunde.
Las palabras se acomodan en ellas creando rimas extrañas, versos que no tienen sentido alguno, hasta que, sin previo aviso, surge un verso que se convertirá en la piedra sobre la que edificaré el resto de ellos. Así ha sido siempre: primero, la melodía; después, el verso generador. En cuanto aparecen esos dos elementos de la base, puedo empezar a generar el resto del espacio donde vivirá la canción.
Han nacido, nacen y nacerán las melodías en mí sin que yo las busque, como una emisora interior que pone música a mi vida; han nacido, nacen y nacerán hasta que, como ya sucedió en el pasado, yo esté muerto.