Se queda mirando la pieza unos instantes y la pone en una caja con el resto de piezas.
Ha terminado el puzzle.
Se ve el Monte Fuji transmitiendo la misma serenidad que le ha transmitido cada mañana durante los últimos años. Lo ha terminado aunque le falta una pieza que nunca llegará a poner en él.
Ahora, aplica el pegamento, el barniz para que se mantenga tan joven, tan vivo como en ese mismo instante.
Cuando ha terminado, le hace una foto y lo empaqueta con el resto de sus pocas cosas porque vuelve a casa, a su casa, a la que siempre será su casa aunque apenas viva en ella.
Volverá y pondrá el puzzle del Monte Fuji al lado del cuadro de Rossetti, de ese cuadro que le recuerda cuando estuvo estudiando en Gotinga. En la misma habitación donde están los puzzles de las Formas de la Continuidad del Espacio y de la Estación de las Guadaneras.
Y en cada uno de ellos falta una pieza, una pieza que está en una caja con las otras piezas que faltan.
En unos meses elegirá un nuevo puzzle y lo irá haciendo poco a poco, china chana, durante meses, durante años, hasta que ponga la penúltima pieza antes de volver a casa, hasta que ponga la última pieza en una pequeña caja con las otras piezas que faltan.
En una pequeña caja, con las otras piezas que faltan, que siempre va con ella. A veces, la saca y las mira y recuerda los puzzles, y recuerda su vida, y se recuerda a ella misma como otra pieza dentro de ese puzzle que vivió.
Se niega a poner la última pieza porque esos puzzles nunca estarán completos, nunca querrá tenerlos completos; porque, con los años, se dará cuenta de piezas que no entendió, de piezas que estaban y no supo verlas, de piezas que creía que sobraban y no sobraban.
Se niega a poner la última pieza porque esa última pieza es la que estamos buscando durante toda nuestra vida para estar completos y entenderlo todo.
Se niega porque cuando estamos completos y lo entendemos todo, nuestro camino ha terminado.
En unos meses, se quedará mirando la caja unos instantes y pondrá la primera pieza del siguiente puzzle.