Saldrás de casa y volverás a tu pueblo porque, al final, todos tenemos un pueblo al que volver. Cogerás el coche, el tren, el autobús y, al llegar, sentirás que te reciben como siempre te han recibido. Y será tu pueblo, aunque sea una ciudad. Y será tu pueblo, aunque sea la primera vez que estés allí.
Pillarás una mochila y te irás para Benasque, para la cabaña del Turmo, porque te sentirás más aventurera, porque habrás recordado una canción y el poder dejar todo atrás y perderte. Aunque sepas que saldrás el viernes para volver el domingo; o el lunes de madrugada y quizá empalmes con el trabajo.
Y valdrá la pena no dormir.
Quedarás con tu gente y te irás a las fiestas de San Lorenzo, o a las del Torico, o a los Pilares, o a las fiestas de las Guadaneras, o a las de cualquier pueblo donde hagan una parrillada de longaniza en su plaza mayor. Aunque ya no tengas veinte, aunque ya no tengas cuarenta.
Y, cuando terminéis, volverás a casa.
Te montarás en la furgo para recorrer el valle del Isábena, partiendo de Roda, pasando por Bisalibóns, comiendo moras de una zarza junto a un puente románico, lavándoos los morros en unas fuentes cerca de La Cuadreta. Y llevarás a tu hijo de la mano igual que te llevaron a ti.
Quizá no este año, pero lo harás.
Cuando vuelvas a casa, a tu otra casa donde vives el resto del año, sabrás que ese pueblo al que has ido, ahora también es el tuyo y, como todos tus otros pueblos, estará esperando que vuelvas.