Me hubiera encantado tener una amiga llamada Raquel Chispita. Es así.
Cuando pensamos cómo sería esa persona ideal que falta en nuestra vida, siempre elegimos una quimera que nos llene algún vacío. Que nos llene el vacío del amigo perfecto, de la pareja perfecta, del yo perfecto.
En mi caso, y en el de todas las personas de bien, el modelo de amistad es Raquel Chispita.
Me la imagino con sus descuentos en el tren de la bruja gracias al imperio del entretenimiento levantado por su abuelo, Mariano Chispita, de los Chispita de toda la vida de Monzalbarba.
Me la imagino como una pionera de la electricidad, con sus cables, sus descargas, sus tarifas de bajo consumo; como el vivo reflejo de su tía bisabuela segunda, Alexandra Tsispitova, la universalmente famosa Zarina de los electrones y leptones varios.
Raquel siempre sería la chispa de toda reunión, aunque saltasen chispas por sus pasiones tormentosas, aunque estuviese un poco achispada por su estudio sistemático de las bondades del pacharán.
¿Quién podría no dejarse conducir por su energía, quién en su sano juicio podría ser aislante a su electricidad?
Sí, me hubiera gustado tener una amiga llamada Raquel Chispita y que ella fuese un relámpago que surcase el cielo de mi vida.