Cuando el ocho quiere un sueño, se esconde bajo una manta y se queda quitecico, arropado por un calor que le mece hasta dormirse.
Y sueña.
Y sueña con paseos, y sueña con bailes asincrónicos de osos patosos.
Y sueña contigo, conmigo, con nosotros.
Cuando el ocho es un sueño, se echa bajo una manta, y se transforma en infinito.