La imagen de la chulería confusa, entre armazones de personas que pregonan sus vidas, en la sociedad que se bate en revistas musicales del interior del yo, calmando su inseguridad en un porte que narra la necesidad de esclarecer un futuro y un sitio en el universo.
De fondo, la radio del psiquiátrico emite una melodía de creatividad balbuceante, montada en un cometa que vaga hacia su destino. Esa chulería tan recelosa de la confrontación con la realidad como si el equilibrista se hubiera puesto un casco ante una crisis de pánico.
Busca combustible, combustible para su ego, combustible para quemar el universo con el fin de calentar un yo vacío y frío cual estrella implosionada entre cimientos de melancolía y deseo.
Los bomberos que le rodean rugen sus camillas con trasvases de amnesia, encauzados en pastillas de alabanzas que calmarán el dolor de esa imagen de la chulería rebozada de novedad, ya gastada y antigua en los antros de la antigua Grecia.
Añade un poeta sin escudo que lo único que no sobra en esta vida es lo sucio y decrépito de una hetaira, de lo feo y eléctrico de sus labios boqueando por un hálito de tu esperanza. Que las musas sean libres; y que sean libres de él y de mí.
–Diletancia en vena para ti y para mí, hermano.
Abandonamos el campo de batalla, como traidores a nosotros mismos, sin estilo ni concierto, abandonados a las imágenes de la chulería confusa que nos mostrarán el camino para llegar a casa.